'Los Descendientes', una vida inesperada

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Alexander Payne ha dirigido ‘A propósito de Schmidt’ (About Schmidt, 2002), una pequeña y gloriosa sátira en la que la paternidad se descubre fracaso y condena perenne, vacío que constatar a través de un viaje, y también ‘Election’ (id, 1999) donde descubría unas asombrosas y siniestras simetrías entre la ambición trepa de una adolescente y las de un profesor que creía en las causas perdidas como única posibilidad de salvación.Eran ambas películas inesperadas, llenas de un humor profundamente incómodo, marcadas por una dirección de actores sublime y un guión de hierro, basado siempre en poner a sus personajes en lugares ambiguos, exasperantes, pero nunca caricaturescos.

En su regreso a la gran pantalla, ‘Los Descendendientes’ (The Descendientes, 2011) ha filmado su mejor película, una obra de una rotundidad y sofisticación admirable, con una complejidad inmensa y seguramente la vindicación más secreta e insólita que he visto jamás del melodrama en el Hollywood reciente. De la misma generación que Noah Baumbach o Wes Anderson, y seguramente contemporáneo de Jason Reitman, este Alexander Payne se ha desvelado como el maestro de todos ellos, el único capaz de hacer de su estilo una garantía: de equilibrio, de evitar todo tipo de condescendencia hacia sus personajes.

Matt King (George Clooney) se ve sobrevenido no ya por el accidente de su esposa sino por su futura condición de viudo. Forzado a ejercer de padre de sus dos hijas, descubrirá los secretos tras su matrimonio, ya convenientemente destruido, y también emprenderá un singular viaje para encontrar al amante de su esposa. Presionado por sus familiares para vender unos terrenos que han heredado de una larga dinastía hawaiana y sorprendido por el carácter conflictivo de sus dos pequeñas, King intentará tomar una decisión adecuada en un entorno decididamente hostil.

Alexander Payne no goza fama de estilista porque su estilo no requiere mayores brillanteces, aunque componga de una manera singular, optando por primeros planos o dejando respirar a las figuras. Su cine está lleno de estilo, pequeños estallidos visuales, y aquí cobra un protagonismo pequeño pero constante. No obstante, será ignorado por aquello de que no resulta obvio, aunque se trata de un director de una agudeza tremenda. Baste, por ejemplo, la escena en la que la hija mayor llora la muerte de su madre, bajo el agua, buceando: el dolor queda en un plano submarino, de belleza insólita, una catarsis muda para una escena rotunda, intensa.

Es cierto que Payne es, básicamente, un escritor magnífico. Nadie compone a personajes mejores. Haciendo dialogar a Matt con Sid, el idiota, adolescente y profundamente desnortado novio de su hija, o con el padre su esposa, Payne alcanza cotas de sutileza magnífica. Primero, fuerza al espectador a compartir las antipatías de su personaje. Luego deja crecer el alma, con un golpe maestro, al personaje que juzgábamos idiota o inútil, moralmente reprobable o simplemente bobo o inconsciente. Hace falta una delicadeza magnífica para llegar a esos lugares y este cineasta la posee, pero además esquiva todo sentimentalismo, cuando King/Clooney se despiden a su esposa basta un diálogo escueto para que comprendamos todo lo que ha sucedido en él y todas sus emociones: Hollywood es, con frecuencia anodina, una fábrica de histriones, y Payne parece recrearse en lo mundano con un oído magnífico.


El tema de esta película es el legado, el lugar y las raíces, la posibilidad de alcanzar un sitio en el que crecer. Una de sus subtramas, referente a la herencia de unos acres y que compone el título del film, hace referencia a eso, igual que un plano inspirado en el que la disfuncional família contempla el terreno y descubre las montañas. O el plano final, en el que un momento de descanso, tedioso y aparentemente irrelevante confirma la única posibilidad de supervivencia en las ruinas emocionales de una família llena de dolor y desesperación. Payne no se rinde ante lo obvio, suya es la virtud de la delicadeza, suyo es un cine hecho de valentía, de grandes guiones, de una insólita y compleja belleza. Tanto Clooney como Shailene Woodley deberían recibir los premios de la Academia y también Payne: esta película hace gala de unas actuaciones brillantísimas y a mi compi Mikel le chifló también.

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