'Orange is the new black' cierra con un explosivo final su mejor temporada

'Orange is the new black' cierra con un explosivo final su mejor temporada

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'Orange is the new black' cierra con un explosivo final su mejor temporada

¿Es 'Orange is the new black' demasiado ligera para estar centrada en una cárcel? ¿Se ha vuelto ahora demasiado oscura? La serie de Netflix (y de Movistar+ en España) siempre se ha visto enmarcada en las respuestas a esas dos preguntas cuando se elabora alguna crítica de sus temporadas. Su fuerte, no obstante, está en lograr el equilibrio entre esos dos extremos. Y es lo que ha conseguido con su cuarta temporada.

El Sistema, así, con mayúsculas, ha sido el gran villano de estos nuevos episodios, en los que hemos visto la perturbadora deriva que toma Litchfield en cuanto acaba en manos de la empresa MCC. Esa deriva va evolucionando hacia el devastador, y explosivo, final de la temporada, ha tocado temas muy de actualidad en la sociedad estadounidense y, por supuesto, también ha permitido algunos toques más ligeros y divertidos.

La tragedia de Poussey

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El momento más comentado, y criticado, de la cuarta temporada de 'Orange is the new black' ha sido la muerte de Poussey. Es una muerte en la que culminan muchas de las tramas y de las historias que la serie ha estado contando hasta ese momento, desde la propia personalidad de Bayley, el guardia que la mata, hasta el momento vital más feliz en el que se encontraba Poussey. En la respuesta a esa protesta de las presas por las condiciones en las que Piscatella mantiene el orden cristaliza la toxicidad ambiental de Litchfield, formada tanto por la actitud de los guardias como por las tensiones entre los diferentes grupos raciales de las reclusas.

Se puede decir que Poussey muere accidentalmente, porque Bayley está distraído con otras cosas que pasan a su alrededor para darse cuenta de que mantener su rodilla sobre la espalda de una mujer tan pequeña como ella puede estar causándole graves daños. Pero la acción de Bayley, que es a lo que 'Orange is the new black' quiere llegar, está fomentada por el sistema en el que trabaja. Bayley quiere integrarse entre los guardias, pero éstos no ven a las presas como personas, y su tratamiento de ellas es consecuente.

La mercantilización de la prisión toma una deriva mucho más oscura en la cuarta temporada de 'Orange is the new black'

Para ellos son más un inconveniente, una incomodidad a la hora de hacer su trabajo, que les da autoridad para magrearlas a gusto si tienen que registrarlas, para fomentar peleas entre ellas sólo para no aburrirse y para utilizarlas en sus propios juegos. En The New Yorker apuntaban que la serie siempre había girado alrededor de la empatía, de la capacidad de los espectadores por sentirla hacia todos los personajes, y de la incapacidad de quienes están inmersos en el sistema carcelario por ponerla en práctica, y la cuarta temporada explora aún más ese tema.

Bayley no es presentado como un monstruo, sino como un chaval un poco pringado e inocente. En todos los grupos de amigos había siempre alguien como él, tan deseoso de encajar en el grupo, que se entregaba con demasiado entusiasmo a cualquier "encargo" estúpido que el grupo le hiciera. El verdadero monstruo es la cultura corporativa que, por inmovilismo y codicia, deja que sucedan cosas como la muerte de Poussey, y que la trata como si fuera una caída en Bolsa de sus acciones.

El trágico fin de Poussey es un sinsentido, pero la serie trata sus consecuencias de una manera bastante realista, y que refleja algunos aspectos del movimiento Black Lives Matter y de cómo se reacciona a los diferentes casos de brutalidad policial contra la comunidad negra. La respuesta de MCC, a través de un bienintencionado, pero también pringado, Caputo, es totalmente corporativa y perpetúa la idea de que las reclusas son menos que personas. Y acaba provocando un motín.

Las tensiones de Litchield

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En esos dos últimos episodios cristaliza todo lo que hemos estado viendo no sólo en la cuarta temporada, sino hasta en la tercera, que es la que introduce la privatización de la cárcel y cómo, para su empresa propietaria, no es más que una herramienta que tiene que dar beneficios, pero sin quebraderos de cabeza. Los directivos de MCC no ven necesario, por ejemplo, que visitar alguna de sus prisiones sea importante para hacer su trabajo gestionándolas, y siempre obligan a Caputo a ir a las oficinas centrales de la compañía cuando en Litchfield hay alguna crisis, en lugar de intentar solucionarla allí mismo.

Esa cultura permite, y hasta fomenta, que vayan profundizándose las tensiones y divisiones entre los grupos raciales. La llegada de más reclusas aumenta el número de latinas, y con el ascenso de un grupo de supremacistas blancas impulsado por una desastrosa idea de Piper (otra más), Litchfield se convierte en un lugar dominado por las bandas. La evolución de Daya, por ejemplo, ha seguido paso por paso lo que sería la introducción a la banda de su barrio de un chaval que se siente abandonado, hasta en el cliffhanger final con la pistola apuntando a un guardia.

Las tensiones raciales se han acrecentado en Litchfield, fomentadas en parte por la actitud de los guardias

La necesidad de tener una familia que cuide de ti se lleva al extremo con la banda de Ruiz y su operación de trapicheo de droga, y se toca también en la breve trama de Sophia. La hermana Ingalls y Gloria se convierten de algún modo en su pequeña familia porque despliegan empatía hacia ella, porque les preocupa que la medida tomada por MCC para protegerla (enviarla a aislamiento) vaya a conseguir justo lo contrario. No es uno de los hilos argumentales que reciba más tiempo en pantalla, pero es uno de los que mejor funciona.

Siguiendo con esa exploración de la empatía, de ponerse en la piel del otro, gran parte de esas tensiones surgen de la negativa a, precisamente, conocer a la persona que tienen enfrente. O a dejar de pensar exclusivamente en uno mismo, algo por lo que Piper recibe su castigo en el primer tramo de la temporada. Los primeros intentos de organizar la protesta contra Piscatella y sus métodos (instaurados sin tomarse la molestia de conocer realmente cómo es Litchfield) fracasan porque ningún grupo de presas quiere comprobar si sus prejuicios hacia el resto se confirman. Sólo la indignación y la rabia terminan uniéndolas.

El equilibrio entre drama y comedia

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La cuarta temporada de 'Orange is the new black' se ha beneficiado del método de lanzamiento, y de visionado, en Netflix al ir preparando, por acumulación, la explosión que se produce en el último capítulo. De la falsa sensación de poder de Piper a la pretensión de Ruiz de convertirse en la jefa de la prisión; de la superpoblación de Litchfield (para ganar más dinero del gobierno) al trato privilegiado de Judy King; de la maniobra para ocultar el cadáver del asesino que pretendía matar a Alex a la facilidad con la que la cárcel puede aumentar los problemas mentales, on con las drogas, de sus reclusas... Todo ha ido aportando su granito de arena.

Al mismo tiempo, probablemente ésta ha sido la mejor temporada de la serie porque el equilibrio entre el drama y la comedia ha estado muy logrado. Había tramas más o menos absurdas, como el intento de Taystee y Black Cindy (perdón, Tovah) por ganar dinero con una foto de Judy King, y otras muy serias (cualquier cosa que hiciera el guardia sociópata que acaba metiendo la pistola en la cárcel), y todas estaban bastante equilibradas. La situación en Litchfield puede ser dramática, pero eso no impide que no haya momentos de levedad en las vidas de las prisioneras, como la sensación de utilidad y felicidad que le da a Taystee trabajar como secretaria de Caputo.

En medio de ese gran tema de la crítica hacia el Sistema, con mayúsculas, de la temporada ha habido tiempo para tocar otras historias, un poco más pequeñas, que siempre están a punto de hundir 'Orange is the new black' bajo el peso de su propia coralidad, pero que se han mantenido interesantes y han dado variedad a la temporada: la recuperación de la relación entre Piper y Alex, los esfuerzos de Nichols por mantenerse sobria, la tierna historia de amor entre Poussey y Soso, la hilarante burbuja en la que viven siempre Flaca y Maritza, la evolución de la relación entre Pennsatucky y el guardia que la violó en la anterior temporada, que se mueve por derroteros un poco inesperados...

Cerrar la temporada con un cliffhanger es un movimiento que 'Orange is the new black' no había hecho hasta ahora, lo que abre unas posibilidades muy interesantes (y potencialmente aún más inquietantes) para la quinta entrega. La cuarta temporada acaba con lo que parece la confirmación de la tesis que impulsaba siempre 'The Wire' (puedes intentar pelear contra el sistema todo lo que quieras, pero éste siempre gana); la incompetencia de los gestores de la cárcel es lo que propicia el motín, pero también da la sensación de que nadie va a sufrir las consecuencias de ello. Nadie que no vista un uniforme marrón de reclusa de Litchfield, por supuesto.

En ¡Vaya Tele! | 7 cárceles de series para ver si ya has terminado 'Orange is the new black'

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